Por Lorena Baquedano, experta en Diversidad, Equidad e Inclusión.

Como madre de una estudiante de la carrera de Terapia Ocupacional en la Universidad de los Andes, y como experta en temáticas de Diversidad, Equidad e Inclusión, me siento en la obligación a abordar un tema que recientemente ha sacudido mis convicciones y me ha hecho replantear el papel de la educación y el liderazgo en nuestra sociedad.
El trágico suicidio de Catalina Cayazaya, una estudiante de quinto año de Terapia Ocupacional de la Universidad de los Andes, no solo es una pérdida irreparable para su familia y sus amigos, sino que también nos insta a reflexionar sobre el entorno en el que nuestros jóvenes se están formando y desarrollando.

Admiro profundamente la valentía y determinación de Carolina Cors, madre de Catalina, quien ha convertido su dolor en una voz que clama por un cambio. La templanza y valentía con la que ha compartido las experiencias de maltrato y abuso que su hija sufrió durante sus prácticas profesionales no puede ser ignorada. Es imperativo que nos unamos a ella en su búsqueda de justicia y transformación.

Como madre he compartido las preocupaciones de mi propia hija. Sus temores respecto del futuro, especialmente en lo que se refiere a sus prácticas, que son legítimos y compartidos por muchos otros estudiantes. Nadie debería tener que enfrentarse al acoso o a la negligencia durante su formación académica y profesional.

La normalización del maltrato estudiantil en el sector de la salud es una falla sistémica que debe ser abordada de manera urgente y decidida. Es hora de reconocer los errores y tomar medidas concretas para crear un entorno seguro y de apoyo para todos los estudiantes de la carrera. Esto incluye no solo revisar las políticas de resguardo en prácticas profesionales, sino también hacer un esfuerzo serio para fomentar una cultura de respeto y empatía entre profesores, personal administrativo y alumnos.

Desde mi perspectiva en el ámbito del liderazgo y la gestión de personas, creo firmemente que la responsabilidad de un líder va más allá de simplemente alcanzar objetivos financieros o académicos. Los líderes deben ser conscientes del impacto que tienen en el bienestar psicológico y emocional de quienes los rodean. Es nuestra responsabilidad crear un ambiente laboral inclusivo y seguro, donde todos se sientan reconocidos, valorados y escuchados.

Para lograr esto, es fundamental promover un estilo de liderazgo que se base en la inclusión y la colaboración, en lugar de la jerarquía y el autoritarismo. Las figuras de liderazgo de un alumno son sus profesores, tutores, directores. Necesitamos líderes que estén dispuestos a aprender y crecer junto a sus equipos, fomentando la diversidad de pensamiento y experiencias, que estén dispuestos a hacer conscientes sus sesgos y a desarrollar las características que un líder inclusivo debe tener: integridad, compasión, empatía, coraje, autoconocimiento, compromiso, conciencia cultural y habilidades comunicacionales, entre otras cualidades relevantes.

Como sociedad debemos dejar de normalizar los ambientes laborales tóxicos y abusivos. La amabilidad y la compasión no son signos de debilidad, sino de fortaleza y humanidad. Es hora de abrirnos hacia una nueva forma de liderazgo, una que priorice el bienestar de las personas y promueva una cultura de respeto y dignidad para todos.

En memoria de Catalina y en solidaridad con su familia, debemos comprometernos a construir un mundo donde ningún estudiante se sienta vulnerable o desamparado. Es nuestro deber como sociedad y como individuos trabajar juntos para crear un futuro más seguro y compasivo para todos.

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